Aelia es una mujer aséptica, de mirada etérea y sonrisa escasa. Su boca dibuja, cuando sonríe, una curva limpia y aplicada.
Aelia es una mujer
transparente. Viste su ropa con esa presencia tan personal que permite adivinar una túnica inmaculada debajo de su sencilla estola.
Aelia es una mujer esbelta. En su esbeltez, sólo su pecho supone un pequeño accidente.
Aelia me mira a veces
cuando me habla. Y habla pocas veces.
Al principio, cuando nos sentamos debajo de la
higuera, permaneció callada. Nos sentamos en la misma
piedra. Uno al lado del otro. Casi diría que uno contra el otro, porque ella se dispuso mirando al
Monte Sacro y yo al olivar. Estábamos tan cerca, que al hacer
un movimiento para reasentarse y acomodar su estola, su cuerpo y el mío se
sintieron un poco.
Entre nosotros y la casa mediaba el olivar de la colina, el olivar que yo miraba sin ver, el que nos cubría de las miradas y tapaba la casa.
- Estas serán las reglas
- dijo por fin. Y continuó hablando lentamente mientras miraba hacia el monte. El cuerpo erguido. El porte serio. El rostro
sereno. Las manos en el regazo.
Hay dos tipos de mujeres en la primera cita, joven Ovidio. La
mujer que te invade y la mujer que te deja invadir. Cada una de ellas gozará de
ti de modo diferente, si ha de gozarte.
Fíjate en la mirada. Por la mirada sabrás quién es.