viernes, 26 de julio de 2013

Memorias de Iria Galeria

Aelia no había querido venir y cuando lo hizo dejó claro que sólo le movía el deseo de saber. Saber de Iria Galeria, la mujer que vivió el encierro y sobrevivió, que se fue de Roma y volvió, que fue madre y murió.
Las reglas de Aelia, la hija de Iria Galeria, eran claras: sólo un día, sólo un momento, sólo para recoger las memorias de la mujer que ella recordaba sin haberla visto y que amaba sin haberla disfrutado.
Leí un fragmento de las memorias. Me paré. Noté el deseo de seguir. Le invité a leer por ella misma. Aceptó. Leyó su fragmento. Se relajó. La relevé y me relevó una y otra vez. Nos sentíamos bien.
- Si quieres, vuelvo mañana - dijo.
Y se fue sin mirar atrás.


Lee con la mujer que admiras, con la mujer que deseas y con la mujer con la que te quieres fundir. Lee con ella. Comparte las historias y los relatos. Comparte las emociones. Confúndete con  ella.




viernes, 19 de julio de 2013

Primera cita

Aelia es una mujer aséptica, de mirada etérea y sonrisa escasa. Su boca dibuja, cuando sonríe, una curva limpia y aplicada.
Aelia es una mujer transparente. Viste su ropa con esa presencia tan personal que permite adivinar una túnica inmaculada debajo de su sencilla estola. 
Aelia es una mujer esbelta. En su esbeltez, sólo su pecho supone un pequeño accidente.
Aelia me mira a veces cuando me habla. Y habla pocas veces. 
Al principio, cuando nos sentamos debajo de la higuera, permaneció callada. Nos sentamos en la misma piedra. Uno al lado del otro. Casi diría que uno contra el otro, porque ella se dispuso mirando al Monte Sacro y yo al olivar. Estábamos tan cerca, que al hacer un movimiento para reasentarse y acomodar su estola, su cuerpo y el mío se sintieron un poco.
Entre nosotros y la casa mediaba el olivar de la colina, el olivar que yo miraba sin ver, el que nos cubría de las miradas y tapaba la casa.
 - Estas serán las reglas - dijo por fin. Y continuó hablando lentamente mientras miraba hacia el monte. El cuerpo erguido. El porte serio. El rostro sereno. Las manos en el regazo.


Hay dos tipos de mujeres en la primera cita, joven Ovidio. La mujer que te invade y la mujer que te deja invadir. Cada una de ellas gozará de ti de modo diferente, si ha de gozarte.
Fíjate en la mirada. Por la mirada sabrás quién es.




lunes, 15 de julio de 2013

La hija de Iria Galeria

Al día siguiente Aelia dio el primer paso. Vino a verme a la casa de la colina, que ella conocía como se conoce a la madre, a la hermana o a la palma de la mano. Allí había nacido y allí vivió desde la niñez hasta que se fue tras su padre en busca de las Galias.
Aún sabiendo de su llegada, evité la cortesía habitual de salir a su encuentro porque presentía que algo importante iba a pasar y porque es mi defecto más gozado el dejar que las nieves se derritan, las aguas discurran con naturalidad y se acaben vertiendo desarmadas en el mar.
Fue la criada Aula quien vino y me advirtió: 
- Aelia, la hija de Iria Galeria, ha venido a verte. 
Era evidente que las nieves ese día se derretían y las aguas se vertían sin espera. Debía recibirla. Cuando me presenté ante ella, la encontré erguida y grave. 
- Mañana, debajo de la higuera que mira al monte - me dijo. Y se fue sin volver la vista.


Ovidio, si sabes entregarle a una mujer lo que espera de ti, dejar que ella tome la iniciativa es propio de buen amante. 
Por el contrario, si te inhibes por dejadez, inacción o falta de pericia, tendrá que aceptar su decepción y reconocer con tristeza tu incapacidad.