Aún sabiendo de su llegada, evité la cortesía habitual de salir a su encuentro porque presentía que algo importante iba a pasar y porque es mi defecto más gozado el dejar que las nieves se derritan, las aguas discurran con naturalidad y se acaben vertiendo desarmadas en el mar.
Fue la criada Aula quien vino y me advirtió:
- Aelia, la hija de Iria Galeria, ha venido a verte.
Era evidente que las nieves ese día se derretían y las aguas se vertían sin espera. Debía recibirla. Cuando me presenté ante ella, la encontré erguida y grave.
- Mañana, debajo de la higuera que mira al monte - me dijo. Y se fue sin volver la vista.
Ovidio, si sabes entregarle a una mujer lo que espera de ti, dejar que ella tome la iniciativa es propio de buen amante.
Por el contrario, si te inhibes por dejadez, inacción o falta de pericia, tendrá que aceptar su decepción y reconocer con tristeza tu incapacidad.
Siempre me han gustado mucho esas orientaciones finales que le hace el Maestro a Ovidio, ésta última es tan certera que me ha sacado la sonrisa de la aceptación sin más. Gracias por esta precisión tan delicada en las palabras.
ResponderEliminarUn abrazo fresco y nebuloso, como el día
Todos necesitamos de un maestro. Ovidio, también.
ResponderEliminarGracias, Nómadas, por tu visita.
Es un lujo recibir la visita de lectores inteligentes.
Me voy interesando...
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