miércoles, 11 de septiembre de 2013

En obras





Búscame en facebook





viernes, 23 de agosto de 2013

Memorias de Iria Galeria: Previo (I)

- Me llamo Iria Galeria. Mi querido padre me ha pedido que te comunique su deseo de que te encuentres bien en ésta su casa. Quiere que te sientas en libertad para pedir lo que observes necesario mientras él no llega. Me ha dicho que vendrá pronto.
Tirio Vócimo me miró, sonrió y me tomó de las manos. Luego, me besó en la mejilla y se sentó despacio en la silla que yo había sacado al peristilo.
Tirio es un hombre de edad incierta y cuerpo menudo, mirada aguda y nariz aguileña, manos huesudas y espalda corva. Un hombre escaso en su físico y abundante en su mente.
Cuando mi padre, Sixto Galerio, entró en la estancia, ambos varones se abrazaron con la cortesía de los amigos.
- Me haces disfrutar con tu visita, Tirio Vócimo. 
- Sabes que yo también disfruto con nuestras conversaciones, Sixto Galerio. No en vano, la discusión es la levadura que hace fermentar el conocimiento. Es obligado decirte que deseo fervientemente conocer tu opinión sobre la nueva ley de monogamia que se exige en el Senado de Roma. Sospecho que la encontrarás excesiva, conociendo tu talante...
Al entrar en esta conversación, hice ademán de irme, como hacía siempre.
- Puedes quedarte, Iria - permitió mi padre, dirigiendo la mirada pausadamente hacia el lado en el que yo me encontraba. 
Tirio bajó un poco la cabeza, miró al suelo con neutralidad y se mantuvo así durante un rato, en silencio, sin hacer ninguna observación.
- Ven aquí, muchacha - dijo al fin – Me han dicho que te gustaría seguir los pasos de tu padre.
- Así es, Tirio – dije diligentemente, esperando haberle complacido.
- ¿Qué edad tienes?
- Catorce años.
- Ya eres una mujer. ¿No tienes ningún otro hijo que sea varón, Sixto?
- Sólo tengo dos hijas con mi esposa Abinia. Los dioses no me han querido complacer como yo y mi esposa hubiéramos querido, pero somos muy felices con Iria y con Doménica. Te diré que Iria es una muchacha muy inteligente.
- No lo dudo.
Los dos hombres miraron hacia mí. Yo contesté a sus miradas bajando un poco la cabeza, satisfecha como estaba por lo que acababa de oír. 
- No sabes lo feliz que me harías, Sixto Galerio, si pudiésemos dejar nuestro legado de sabiduría a uno de tus hijos, dado que yo no soy hombre para tenerlos. Como sabes, he renunciado voluntariamente al contacto con mujer, tal y como postula la filosofía de Pérgamo, camino directo hacia el conocimiento. 
- El celibato no debería impedir la perpetuación de tu legado, amigo Tirio; legado que, sin querer pecar de adulación, debo admitir que es amplio y valioso.
- Ciertamente, pero Iria...
Mi padre no respondió y Tirio prosiguió su discurso.
- Entiendo que, en ausencia de varón, hayas pensado en dar salida a tu deseo con una fórmula que estoy seguro es bien intencionada. Quizá yo mismo hubiese caído en ella, si en tu lugar me encontrara. No obstante, no tengo que recordarte las limitaciones que comporta. Ningún hombre instruido puede negar que hay cierta categoría de inteligencia en la mujer, capaz incluso de hacer mejor ciertas cosas que el propio hombre. Esto que acabo de decir, Iria, no debe salir de aquí y mucho menos llegar a ninguno de esos ciudadanos, incluso patricios, que por su incultura y bestialidad nos tacharían de irreverentes. Pues bien, aún aceptando que Iria puede ser un ser inteligente, y está claro que sí, no olvides que estamos hablando cabalmente sobre una materia tan lógica, tan precisa, tan acomodada a la mente del hombre, como lo es nuestra querida ciencia, la geometría.
Mi padre se quedó en silencio y yo me disculpé para salir. Me fui directamente a mi dormitorio. Me puse a llorar sin saber por qué.

Observa, joven Ovidio, cómo los tópicos no necesitan de alas para volar, ni cimientos para sostenerse, ni semen para perpetuarse. Nacen, crecen y sobreviven por su propia simpleza. Cuanto más simples, más supervivientes.


sábado, 17 de agosto de 2013

Memorias de Iria Galeria: Quiero (I)

Quiero dejar escrito y escondido
lo que siento,
una vez terminado el viaje 
de mi vida.

Quiero verter aquí
lo poco que me queda por decir.
Lo poco que hay que decir
para decir algo serio.
Quiero verter aquí
lo poco que me queda.

Ahora que todo lo veo claro, transparente, nítido.
Ahora, que a pesar de joven, me siento vieja.
Ahora, que acabo de parir a mi única hija
a quien le ofrezco mis escritos y mi fin.


sábado, 10 de agosto de 2013

Leer a una mujer

Cuando decidí que Cayo Arterio, constructor de edificios y calzadas, compañero de conversación y amigo, hiciera reformas en los sótanos de la casa que había adquirido con la herencia de mi querido padre, con  el fin de enterrar dolias, ánforas y cubas donde almacenar vino que mi familia cosechaba en las riveras del Po, aparecieron ciertos documentos escritos por su antigua propietaria, la esposa de Pórcimo Sexto Platonio. 
Esta aparición no dejaría de ser más que una simple anécdota, si los documentos encontrados no fueran tan personales, o si la persona que los escribió no fuera Iria Galeria. 
Los documentos habían sido encerrados en el interior de una cámara que se encontraba disimulada y sellada con mortero de cal y arena y de cuya existencia nunca me había percatado hasta ese momento.
Fue la intuición del siervo Paulo y la vista aguda de mi amigo Cayo quienes dieron con ella. 
Al derribar la cámara, además de un tóxico olor a aire viejo, encontramos 12 vasijas de barro blanco, ordenadas al pie de un muro y selladas con pez, rancio betún reseco y triste.
Cayo Arterio las abrió con extremo cuidado y, al final, mostró su contenido a los que mirábamos con expectación.
Iria Galeria había dejado escondida en las vasijas de la cámara sellada y disimulada del sótano de su casa una colección de documentos que resultaron componer tres obras o relatos de sus memorias. 
El primero, denominado “Previo”, estaba escrito en latín y compuesto por diez papiros de 20 plágulas cada uno. 
El segundo, titulado “Naturaleza perdida” y extrañamente escrito en púnico, lengua que reconocí enseguida y que me produjo una extraña sensación de lejanía en el tiempo y añoranza, estaba compuesto por  18 papiros de 30 plágulas. 
El tercero, que Iria escribió a modo de despedida y que tituló “Quiero”, no era más que un pequeño rollo de 5 plágulas en el que, por algún motivo, retomó el latín para hacer una serie de recomendaciones y comunicar ciertos deseos.
Siempre amé la lectura. Por eso, la aparición de los papiros en el interior de aquellas vasijas me llenó de júbilo. Qué decir pues, al comprobar que su autoría no se correspondía con alguno de los muy laureados poetas de Roma, Atenas, Cartago o Alejandría, sino que, por fruto del azar, tenía la posibilidad de leer a una mujer.


A diferencia de lo que ocurre con la mayoría de los hombres, leer un texto escrito por una mujer conlleva casi siempre la dicha de penetrar en su intimidad.
No la desaproveches, joven Ovidio, si la ocasión te visita. Léela, respétala y disfrútala.




viernes, 2 de agosto de 2013

Vuelve

Por qué Aelia vuelve, conculcando sus propias reglas...

Por qué la sombra, bajo la higuera, es mejor rincón que su propia casa, cuando en ella encontraría la intimidad absoluta y el sosiego que pide la lectura, el espacio propio y controlado que le evitaría la maledicencia y las miradas indiscretas, a la vez que la necesidad de esa salida engañosa con su criada Rania y el disimulo en el recorrido del camino hasta esta casa y la zozobra a la hora de ponerse el vestido de calle y las explicaciones fraudulentas y la mirada del esposo...

Ella sabrá por qué vuelve. Estoy seguro de que se trata de una razón cabal. Estoy convencido de que no lo haría si no existiesen razones que lo justifican. No hay más que verla, para encontrarla honesta: el rostro ausente, la mirada perdida, el cuerpo erguido. Las manos en el regazo, como siempre.
Leo, y sé que me escucha.

Recuerda, joven Ovidio, que la honestidad no la dan las personas que nos critican, ni las miradas que nos enjuician, ni las costumbres de Roma. La honestidad es propia de cada persona, como lo son las marcas que tenemos en las yemas de los dedos.


viernes, 26 de julio de 2013

Memorias de Iria Galeria

Aelia no había querido venir y cuando lo hizo dejó claro que sólo le movía el deseo de saber. Saber de Iria Galeria, la mujer que vivió el encierro y sobrevivió, que se fue de Roma y volvió, que fue madre y murió.
Las reglas de Aelia, la hija de Iria Galeria, eran claras: sólo un día, sólo un momento, sólo para recoger las memorias de la mujer que ella recordaba sin haberla visto y que amaba sin haberla disfrutado.
Leí un fragmento de las memorias. Me paré. Noté el deseo de seguir. Le invité a leer por ella misma. Aceptó. Leyó su fragmento. Se relajó. La relevé y me relevó una y otra vez. Nos sentíamos bien.
- Si quieres, vuelvo mañana - dijo.
Y se fue sin mirar atrás.


Lee con la mujer que admiras, con la mujer que deseas y con la mujer con la que te quieres fundir. Lee con ella. Comparte las historias y los relatos. Comparte las emociones. Confúndete con  ella.




viernes, 19 de julio de 2013

Primera cita

Aelia es una mujer aséptica, de mirada etérea y sonrisa escasa. Su boca dibuja, cuando sonríe, una curva limpia y aplicada.
Aelia es una mujer transparente. Viste su ropa con esa presencia tan personal que permite adivinar una túnica inmaculada debajo de su sencilla estola. 
Aelia es una mujer esbelta. En su esbeltez, sólo su pecho supone un pequeño accidente.
Aelia me mira a veces cuando me habla. Y habla pocas veces. 
Al principio, cuando nos sentamos debajo de la higuera, permaneció callada. Nos sentamos en la misma piedra. Uno al lado del otro. Casi diría que uno contra el otro, porque ella se dispuso mirando al Monte Sacro y yo al olivar. Estábamos tan cerca, que al hacer un movimiento para reasentarse y acomodar su estola, su cuerpo y el mío se sintieron un poco.
Entre nosotros y la casa mediaba el olivar de la colina, el olivar que yo miraba sin ver, el que nos cubría de las miradas y tapaba la casa.
 - Estas serán las reglas - dijo por fin. Y continuó hablando lentamente mientras miraba hacia el monte. El cuerpo erguido. El porte serio. El rostro sereno. Las manos en el regazo.


Hay dos tipos de mujeres en la primera cita, joven Ovidio. La mujer que te invade y la mujer que te deja invadir. Cada una de ellas gozará de ti de modo diferente, si ha de gozarte.
Fíjate en la mirada. Por la mirada sabrás quién es.