sábado, 10 de agosto de 2013

Leer a una mujer

Cuando decidí que Cayo Arterio, constructor de edificios y calzadas, compañero de conversación y amigo, hiciera reformas en los sótanos de la casa que había adquirido con la herencia de mi querido padre, con  el fin de enterrar dolias, ánforas y cubas donde almacenar vino que mi familia cosechaba en las riveras del Po, aparecieron ciertos documentos escritos por su antigua propietaria, la esposa de Pórcimo Sexto Platonio. 
Esta aparición no dejaría de ser más que una simple anécdota, si los documentos encontrados no fueran tan personales, o si la persona que los escribió no fuera Iria Galeria. 
Los documentos habían sido encerrados en el interior de una cámara que se encontraba disimulada y sellada con mortero de cal y arena y de cuya existencia nunca me había percatado hasta ese momento.
Fue la intuición del siervo Paulo y la vista aguda de mi amigo Cayo quienes dieron con ella. 
Al derribar la cámara, además de un tóxico olor a aire viejo, encontramos 12 vasijas de barro blanco, ordenadas al pie de un muro y selladas con pez, rancio betún reseco y triste.
Cayo Arterio las abrió con extremo cuidado y, al final, mostró su contenido a los que mirábamos con expectación.
Iria Galeria había dejado escondida en las vasijas de la cámara sellada y disimulada del sótano de su casa una colección de documentos que resultaron componer tres obras o relatos de sus memorias. 
El primero, denominado “Previo”, estaba escrito en latín y compuesto por diez papiros de 20 plágulas cada uno. 
El segundo, titulado “Naturaleza perdida” y extrañamente escrito en púnico, lengua que reconocí enseguida y que me produjo una extraña sensación de lejanía en el tiempo y añoranza, estaba compuesto por  18 papiros de 30 plágulas. 
El tercero, que Iria escribió a modo de despedida y que tituló “Quiero”, no era más que un pequeño rollo de 5 plágulas en el que, por algún motivo, retomó el latín para hacer una serie de recomendaciones y comunicar ciertos deseos.
Siempre amé la lectura. Por eso, la aparición de los papiros en el interior de aquellas vasijas me llenó de júbilo. Qué decir pues, al comprobar que su autoría no se correspondía con alguno de los muy laureados poetas de Roma, Atenas, Cartago o Alejandría, sino que, por fruto del azar, tenía la posibilidad de leer a una mujer.


A diferencia de lo que ocurre con la mayoría de los hombres, leer un texto escrito por una mujer conlleva casi siempre la dicha de penetrar en su intimidad.
No la desaproveches, joven Ovidio, si la ocasión te visita. Léela, respétala y disfrútala.




3 comentarios:

  1. Me pregunto a mi misma si al Lucio de la vida real tambien le gustaria leer unas memorias de mujer...

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  2. "Previo", "Naturaleza perdida", "Quiero"...., muy buenos títulos los que Iria Galeria quiso preservar con tanto celo, tal vez con la esperanza de que quien los encontrase fuese la persona adecuada, la que estaba destinada a comprender una sensibilidad de género; como bien dice el maestro leer a una mujer conlleva adentrarse en su intimidad, tergiversada tantas veces que "Naturaleza obliga" a esconderla en continentes preservando contenidos que sólo muy pocos podrían descifrar.

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  3. S siempre atina.
    ¿Será, quizá, que estamos enlazados?
    ¿Se habrá adentrado en mí?
    Me quedo pensativo
    y gustoso...

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