viernes, 23 de agosto de 2013

Memorias de Iria Galeria: Previo (I)

- Me llamo Iria Galeria. Mi querido padre me ha pedido que te comunique su deseo de que te encuentres bien en ésta su casa. Quiere que te sientas en libertad para pedir lo que observes necesario mientras él no llega. Me ha dicho que vendrá pronto.
Tirio Vócimo me miró, sonrió y me tomó de las manos. Luego, me besó en la mejilla y se sentó despacio en la silla que yo había sacado al peristilo.
Tirio es un hombre de edad incierta y cuerpo menudo, mirada aguda y nariz aguileña, manos huesudas y espalda corva. Un hombre escaso en su físico y abundante en su mente.
Cuando mi padre, Sixto Galerio, entró en la estancia, ambos varones se abrazaron con la cortesía de los amigos.
- Me haces disfrutar con tu visita, Tirio Vócimo. 
- Sabes que yo también disfruto con nuestras conversaciones, Sixto Galerio. No en vano, la discusión es la levadura que hace fermentar el conocimiento. Es obligado decirte que deseo fervientemente conocer tu opinión sobre la nueva ley de monogamia que se exige en el Senado de Roma. Sospecho que la encontrarás excesiva, conociendo tu talante...
Al entrar en esta conversación, hice ademán de irme, como hacía siempre.
- Puedes quedarte, Iria - permitió mi padre, dirigiendo la mirada pausadamente hacia el lado en el que yo me encontraba. 
Tirio bajó un poco la cabeza, miró al suelo con neutralidad y se mantuvo así durante un rato, en silencio, sin hacer ninguna observación.
- Ven aquí, muchacha - dijo al fin – Me han dicho que te gustaría seguir los pasos de tu padre.
- Así es, Tirio – dije diligentemente, esperando haberle complacido.
- ¿Qué edad tienes?
- Catorce años.
- Ya eres una mujer. ¿No tienes ningún otro hijo que sea varón, Sixto?
- Sólo tengo dos hijas con mi esposa Abinia. Los dioses no me han querido complacer como yo y mi esposa hubiéramos querido, pero somos muy felices con Iria y con Doménica. Te diré que Iria es una muchacha muy inteligente.
- No lo dudo.
Los dos hombres miraron hacia mí. Yo contesté a sus miradas bajando un poco la cabeza, satisfecha como estaba por lo que acababa de oír. 
- No sabes lo feliz que me harías, Sixto Galerio, si pudiésemos dejar nuestro legado de sabiduría a uno de tus hijos, dado que yo no soy hombre para tenerlos. Como sabes, he renunciado voluntariamente al contacto con mujer, tal y como postula la filosofía de Pérgamo, camino directo hacia el conocimiento. 
- El celibato no debería impedir la perpetuación de tu legado, amigo Tirio; legado que, sin querer pecar de adulación, debo admitir que es amplio y valioso.
- Ciertamente, pero Iria...
Mi padre no respondió y Tirio prosiguió su discurso.
- Entiendo que, en ausencia de varón, hayas pensado en dar salida a tu deseo con una fórmula que estoy seguro es bien intencionada. Quizá yo mismo hubiese caído en ella, si en tu lugar me encontrara. No obstante, no tengo que recordarte las limitaciones que comporta. Ningún hombre instruido puede negar que hay cierta categoría de inteligencia en la mujer, capaz incluso de hacer mejor ciertas cosas que el propio hombre. Esto que acabo de decir, Iria, no debe salir de aquí y mucho menos llegar a ninguno de esos ciudadanos, incluso patricios, que por su incultura y bestialidad nos tacharían de irreverentes. Pues bien, aún aceptando que Iria puede ser un ser inteligente, y está claro que sí, no olvides que estamos hablando cabalmente sobre una materia tan lógica, tan precisa, tan acomodada a la mente del hombre, como lo es nuestra querida ciencia, la geometría.
Mi padre se quedó en silencio y yo me disculpé para salir. Me fui directamente a mi dormitorio. Me puse a llorar sin saber por qué.

Observa, joven Ovidio, cómo los tópicos no necesitan de alas para volar, ni cimientos para sostenerse, ni semen para perpetuarse. Nacen, crecen y sobreviven por su propia simpleza. Cuanto más simples, más supervivientes.


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